Domingo, Febrero 23, 2025

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Abandonados en un hospital

Por: Ivonne Pino y María José Cox.

En Chile no existen cifras actualizadas de cuántas personas son abandonadas en hospitales públicos, dado que no hay un trabajo sistemático de categorización de ellos en la red pública. Los abandonados son, principalmente, adultos mayores cuyas familias se niegan a cuidar de ellos por considerarlos una carga que no están dispuestos a asumir.

“¡Quiero irme a mi casa!”, repite una y otra vez Ricardo. Lleva 12 meses internado en el Hospital Dr. Eduardo Pereira de Valparaíso. Él es uno de los tantos pacientes que viven en un hospital.

Son los llamados pacientes sociosanitarios, es decir, personas que, sin necesitarlo, ocupan una cama en uno de los 196 hospitales públicos de nuestro país. Habitan un espacio que podría necesitar otro paciente y, además, se exponen a infecciones intrahospitalarias en la última etapa de su vida.

Interior Hospital Eduardo Pereira Ramírez

En el cuarto piso de este hospital, Ricardo ocupa una de las seis camas que hay en la habitación número 34. Fue dado de alta hace más de un mes, pero su familia se niega a llevarlo de regreso a casa.

Acostado, casi inmóvil en una cama cubierta por una sábana usada infinitas veces por otros igual a él, pasa sus días. El cubrecama es verde y está tan delgado como una tela de cebolla, manchado y sucio. No viste pijama, a cambio usa la típica bata hospitalaria abierta a los lados, que alguna vez fue blanca, pero con el paso de los años luce percudida.

Ricardo tiene 72 años. Es de pelo claro y neutro como el polvillo que cae cuando se quema la madera. Paliducho, quizás por la falta de sol, y de ojos tan pequeños que pereciera que están siempre cerrados. Luce cansado, pero su falta de ánimo es por el encierro. Tiene una prominente barba blanca que enmarca su rostro. La usa sólo porque nadie lo afeita.

Ricardo fue, durante 25 años, empleado del reconocido Hotel O’Higgins de Viña del Mar, hoy extinto. Ocupó cuanto puesto había en el edificio y terminó sus días en la recepción, hasta cuando la crisis económica golpeó con fuerza la industria hotelera y comenzaron a contratar alumnos en práctica. Ricardo ya no les servía.

Nunca se casó, y sus ojos se nublan cuando nos cuenta que no tiene hijos. Vivió siempre con sus padres, cuidándolos hasta el día de su muerte. Desde entonces vivió solo en una casa ubicada en el cerro Litre de Valparaíso, en un terreno que compartía con una hermanastra.

Al llegar al cuarto piso del hospital, divisamos dos gendarmes que custodian la entrada. Lucen aburridos, con sus cuerpos desparramados en los asientos, en los que seguramente llevan horas.

Ricardo nos saluda sonriendo amable. Sus dientes, algo amarillos, se asoman en esa sonrisa cálida que nos brinda al llegar.

Su larga estadía en cama ha provocado, además, una enorme herida en su zona sacra. Como un volcán en erupción, las llagas han comenzado a aparecer en su esquelético cuerpo. Si Ricardo estuviera en su casa, seguramente estas heridas no estarían agobiando sus días.

Tengo miedo de lo que va a pasar conmigo —confiesa, y suspira como si esa angustia la tuviera pegada al pecho—. No me quiero ir del hospital porque he sabido que en los hogares les pegan a los ancianos. Tengo miedo de que me maltraten.

Ricardo no puede volver a su casa porque allá nadie lo espera. Pese a que sus papás criaron juntos a él y su hermanastra, ella no quiere hacerse cargo de él.

Hace tiempo que ella no me estaba ayudaba en nada. Por mi artritis me cuesta hacer las cosas. Por eso llegué acá. Se me dio vuelta agua caliente en la pierna y ella no me socorrió –asegura.

Ese día coincidió que lo visitaron de su CESFAM y lo encontraron con la herida abierta. De inmediato fue trasladado al servicio de urgencia, quedando hospitalizado. En aquel entonces, pese a que lo aquejaba la artritis, Ricardo tenía una vida prácticamente normal.

Yo me hacía todas mis cosas, cocinaba, hacía aseo, todo.

Estando hospitalizado contrajo COVID, lo intubaron y estuvo tres meses en la UCI. La gravedad de sus lesiones lo dejó postrado. Hoy, con ayuda de kinesiólogo, está intentando volver a caminar.

En la habitación pasa sus días junto a otros seis pacientes, mirando por aquella ventana tapada a medias con toalla nova sujeta con cinta adhesiva de papel. Sobre el velador hay galletas, jabón líquido y toallas húmedas.

Todo eso me los trajo de regalo una enfermera. Las niñas son muy buenas conmigo.

Acostado en la cama contigua está el interno de la cárcel custodiado por dos gendarmes más, para evitar su huida. Fue acuchillado por un compañero de celda. A Ricardo en cambio, sólo lo acompaña su teléfono celular.

—¿Recibe llamadas de familiares o amigos? —preguntamos.

—No —dice, —a mí no me llama nadie. Lo uso solo para leer las copuchas, aunque aquí la internet viene y se va.

El nudo crítico de los pacientes sociosantarios

En Chile, más de mil personas viven en los hospitales públicos por semanas, meses y años. Fueron llevados por un familiar o llegaron solos por alguna urgencia médica. Se trata de adultos y personas mayores con enfermedades agudas o crónicas que, al momento de ser dados de alta, no se puedo concretar por no contar con una red de apoyo familiar. Por esta razón permanecen hospitalizados.

Consultamos al Ministerio de Salud sobre la existencia de algún programa que aborde el tema. Nos cuentan que, en 2015, nació el programa de camas sociosanitarias, destinado a atender a estos pacientes hospitalizados. Es financiado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia y ejecutado por el Ministerio de Salud. Este programa se inició con 100 camas, distribuidas en cuatro establecimientos hospitalarios de menor complejidad: Hospital de Maipú, del Servicio de Salud Metropolitano Central; el Hospital de Maullín, del Servicio de Salud Reloncaví; el Hospital de Lautaro, del Servicio de Salud Araucanía Sur; el Hospital de Peumo, del Servicio de Salud O’Higgins y en el Hospital San José de Maipo, del Servicio de Salud Sur Oriente.

A partir de esto, en 2016 se comenzó a trabajar en el primer catastro de estos pacientes, que fue presentado en enero de 2017. La trabajadora social Claudia Figueroa Ruiz, Referente Sanitaria Nacional de la División de Gestión de la Red Asistencial del Ministerio de Salud, lideró el único “Estudio Nacional de Categorización Sociosanitaria y Propuestas Técnicas para su Abordaje”.

Portada 1° Estudio Nacional de Categorización Sociosanitaria

El Informe, realizado para evaluar el riesgo de dependencia social y de cuidados de estos pacientes, determinó que existían más de 2.200 en todo Chile, con una edad promedio de 64 años. Hasta entonces, no existía información de la demanda de pacientes sociosanitarios en Chile, pese a que el 100% de los equipos de salud reconocían que existía el problema.

En cuanto a los costos del uso de las camas por día, el informe determinó que, en diciembre de 2016, 967 pacientes sociosanitarios ocuparon, durante un mes, una cama en un hospital público del país, con un costo promedio de $36.360 al día. En total, el Estado desembolsó más de mil millones de pesos ese mes.

En el informe elaborado por Figueroa se propusieron algunas medias como, por ejemplo, el traslado de los pacientes residencias externas a los hospitales públicos mientras se realiza revinculación con la familia o la implementación de residencias protegidas, donde SENAMA las administre, realice seguimiento gestione la derivación de casos desde el sector salud.

Han pasado 7 años desde que se realizó el primer y único informe de categorización de pacientes sociosanitarios. Según un oficio solicitado a través de transparencia, a nivel nacional, al 12 de septiembre de 2023, existen 1.169 pacientes sociosanitarios, de los cuales 851 son mayores de 65 años. Esta cifra, según indican desde la Subsecretaría de Redes Asistenciales, está en proceso actualización. Sin embargo, a mayo de 2024, la cifra seguía siendo la misma.

Fuimos hasta el Ministerio de Salud para saber qué se hizo con los resultados de aquel informe y cómo se está trabajando en el tema. Desde el MINSAL nos indican que no han evaluado la posibilidad de realizar un nuevo informe. Reconocen que trabajan gestionando cupos en los establecimientos de larga estadía para adultos mayores (ELEAM) o directamente con las familias.

El Ministerio admite, además, que existe un nudo crítico respecto de la oferta de los ELEAM, ya que los cupos disponibles no se condicen con el número de población que vive en los establecimientos de salud, lo dificulta concretar los egresos.

Actualmente, los ELEAM están a su máxima capacidad, atendiendo a 1.169 adultos mayores. El problema es que existe una lista de espera de más de mil personas por un cupo. Una demanda superior al 100%.

El MINSAL señala que la forma de abordar el problema varía según cada centro hospitalario. Existen convenios vigentes entre algunos establecimientos de salud y clínicas privadas, aunque se desconocen los montos específicos, ya que el presupuesto tiene autonomía para cada establecimiento y las maneras en que se gestiona. Estos convenios permiten mitigar la situación de las personas que viven en los establecimientos por no contar con red familiar.

La reubicación de los pacientes sociosanitarios nace de las gestiones de los equipos no clínicos de los hospitales, con el apoyo de los respectivos servicios de salud.

Para el Ministerio de Salud las soluciones son dos. La primera solución es “Potenciar el trabajo que realizan los equipos no médicos, como, por ejemplo, asistentes sociales o terapeutas ocupacionales, que permitan reubicar o revincular a los pacientes sociosanitarios”, aseguran.

La segunda solución es, “En coherencia con la propuesta emanada desde el primer estudio realizado, trabajar de manera intersectorial, pues la unión de todos los actores involucrados en la temática fortalecería el movimiento de las personas que ya no requieren atención médica, pero si requieren apoyos sociofamiliares para sus cuidados o continuar viviendo dignamente la última etapa de la vida”, afirman. 

“Trabajar de manera intersectorial, en línea con la propuesta del primer estudio, uniendo a todos los actores involucrados para fortalecer la atención a personas que ya no requieren cuidados médicos, pero sí apoyos sociofamiliares para vivir dignamente la última etapa de su vida”, afirman.

***

Vivir dignamente la última etapa de su vida es precisamente lo que quiere Ricardo. Por eso necesita de su familia.

Rosa, su hermanastra, vive en una pequeña casa ubicada detrás de la que habitaba Ricardo. Allí vive junto a su hija. Además, cuida de sus dos pequeños nietos de 5 y 8 años.

La verdad es que yo no tengo tiempo para ir a verlo, tengo una familia que cuidar —señala Rosa.

Rosa vive en un empinado cerro de Valparaíso. Desde que está hospitalizado, no ha ido nunca a visitarlo; tampoco lo llama por teléfono.

Yo sé que está dado de alta, ¿pero acá quién lo va a cuidar? Yo estoy vieja, cansada y tengo otras responsabilidades —asegura. —Él nunca se casó, tampoco tuvo hijos y se dedicó a cuidar a mis papás. Ahora no tiene quién lo cuide a él.

Rosa sabe que en el hospital le están buscando un cupo en un hogar de adultos mayores.

Es mejor que se vaya a un hogar. Allá lo pueden cuidar. Yo no tengo tiempo ni ganas. No me corresponde cuidarlo —señala.

En la actualidad, Ricardo no es el único paciente sociosanitario del hospital. Está a la espera de ser ubicado en el único hogar de adultos mayores con convenio. Su estadía se pagará con su pensión de $256.000 y la residencia que será su hogar definitivo.

En su delgado cuello, Ricardo busca la medallita de la virgen que se pierde entre su cabellera y su barba. Se escudriña, pero la rigidez de sus dedos le hace la tarea aún más difícil. Finalmente la encuentra y se aferra a esa imagen, con la esperanza de que su traslado será para una mejor vida.

Sin embargo, Ricardo no es el único.

Eugenio: la soledad de un hombre olvidado

Enclavado en medio de la precordillera, en San José de Maipo, colgando del cerro, se encuentra el Complejo Hospitalario San José de Maipo. En su interior, el pabellón “Casa de salud de mujeres Carolina Doursther”, otrora el primer sanatorio para tuberculosos del país hoy alberga una cincuentena de pacientes sociosanitarios.

Eugenio Barrientos tiene 88 años y lleva casi 11 meses viviendo en el Hospital San José de Maipo. Antes estuvo un año internado en el Sótero del Río, donde le amputaron su pierna derecha producto de una grave infección. Desde allí fue dado de alta, pero sus hijos no se quieren hacer cargo de él.

No quiero vivir. No puedo decirle que soy feliz porque sería mentiroso, ya no quiero vivir. Si pudiera matarme ahora lo haría, pero no puedo —son las desgarradoras palabras con las que Eugenio resume su pasar, su sufrimiento.

Sentado en su silla de ruedas, en el jardín, pasa sus días viendo cómo transcurren uno tras otro. Allí todos los días son iguales. El desayuno, el almuerzo, la once y la cena son a la misma hora. No existen cumpleaños, navidades ni celebraciones.

En el jardín riega a diario las plantas y pasa las horas juntos a otros pacientes, con lo que conversa y juega dominó.

Con dos botellas de plástico amarradas con una bolsa de nylon, improvisó un par de pesas con las que hace ejercicios para mantenerse activo. A ratos, se para y hace uno que otro movimiento que aprendió en el Sótero del Río.

Eugenio viste una sudadera gris, del mismo color de su pantalón. Está perfectamente afeitado. Su cabello es tan blanco que llama la atención por su perfecto color. No se separa nunca de su celular. Con él escucha la radio Pudahuel desde que se levanta hasta que se acuesta.

Eugenio es de esos hombres con los que se puede hablar por horas, de esos que te atrapan con historias pasadas que te hipnotizan.

Sus manos atesoran el paso de los años y lucen callosas, quizás porque maneja solo su silla de ruedas o quizás porque toda su vida se dedicó a trabajar en la construcción.

Se casó dos veces, pero su segunda esposa fue el amor de su vida. Ella falleció a los 45 años de un ataque al corazón.

Tuvo un buen pasar. Con su trabajo logró adquirir dos casas, viajó por el mundo y tuvo una buena situación económica, por lo que jamás imaginó terminar en un hospital público.

Eugenio tiene dos hijos de su primer matrimonio. Hace más de 40 años que no los ve. Con su hija no habla. Su hijo lo llama por teléfono de vez en cuando. Ambos viven en la casa de Eugenio, pero ninguno quiere cuidarlo.

—¿Usted cree que hay un Dios cuando mis hijos no me dan ni bola? ¿Cómo no voy a estar dolido con mis hijos? —se pregunta, Eugenio.

Nos confiesa que él nunca fue un mal padre, pero que por su trabajo debía viajar mucho y no pasaba nunca en la casa. El dinero lo mandaba con su secretaria. Él cree que eso le pasó la cuenta.

Eugenio ya no llora por sus hijos que lo abandonaron, sólo llora recordando a su esposa fallecida,

De pronto, sus ojos se llenan de lágrimas que caen por sus mejillas sin control. Se agarra la cabeza con sus dos manos y comienza a llorar desconsoladamente preguntándose una y otra vez…

—¿Cree usted que es vida esto?

Todos los días mira al cielo y le pide a la su esposa fallecida que se lo lleve con ella. Eugenio sólo quiere morir.

***

Fuimos hasta su casa, esa que tanto extraña Eugenio. Está ubicada en el pasaje Calama, en la comuna de La Granja, allí viven Loreto y Eugenio, sus dos hijos.

A lo lejos, a paso lento, se divisa su hija. Se ve mayor y carga un bolso donde lleva las verduras que compró en la feria.

Nos cuenta que, efectivamente, Eugenio Barrientos es su padre y que no lo ve desde hace 40 años. Se separó de su madre cuando ella tenía 8 años, que era mujeriego y que la abandonó con sus dos hijos, ella y su hermano.

Señala que Eugenio se volvió a casar y que se despreocupó de ellos. Loreto se siente abandonada por su padre.

La ex esposa de Eugenio falleció hace cuatro años, después de padecer un largo cáncer. Loreto la cuidó durante los 10 años que duró la enfermedad.

—Yo no voy a cuidar a mi papá, no me puedo dar el lujo de cuidar a nadie más. Yo estoy enferma. Tengo una cirrosis hepática y cáncer de mamas—asegura Loreto.

De Eugenio sólo sabe que le cortaron una pierna. No sabe dónde vive, tampoco con quién, sólo tiene malos recuerdos de su padre.

No siento nada por mi padre, tampoco tengo remordimiento —confiesa.

Producto de su enfermedad, Loreto, a sus 64 años, no está en condiciones de cuidar a su padre. Se siente cansada y cree que la situación de Eugenio es consecuencia de lo que ellos como padres hicieron mal.

No tengo ganas de cuidar a mi papá, indica.

Intentamos hablar con Keno, el hijo de Eugenio. No lo visita en el hospital, pero de vez en cuando lo llama por teléfono. Él trabaja y podría hacerse cargo de los cuidados de Eugenio, pero es alcohólico. Era medio día y estaba en la cantina ubicada en la esquina del pasaje. Le habían pagado recién el sueldo y estaba tomando con unos amigos.

A Eugenio no lo visitan sus hijos, sólo, de vez en cuando, una sobrina. Ella le retira su pensión y le compra las cosas que él le pide. Es la única familiar que lo visita. Ella no puede cuidarlo en su casa porque vive con su marido y sus dos hijos en una pequeña casa.

Eugenio no puede vivir para siempre en este hospital. Debe irse a un lugar definitivo, a algún centro de larga estadía del SENAMA o la Fundación Las Rosas, donde ya le habían conseguido un cupo, pero Eugenio no firmó el consentimiento porque debía entregar la totalidad de su pensión. Tampoco le permitían tomar los remedios que él compra con su pensión ni le permiten mantener su celular, que es su único nexo con el mundo exterior y la realidad.

Su caso será judicializado y quedará a la espera de la resolución de un juez que diga dónde vivirá los últimos años de vida. Por ahora, Eugenio seguirá pasando sus días en el jardín de este hospital enclavado en la cordillera en San José de Maipo, compartiendo sus días con otras 49 personas, todos pacientes sociosanitarios, la mayoría con red familiar, que no quiere hacerse responsables de ellos. 

Son las nueve de la mañana del 27 de noviembre y el frío cala hasta los huesos en la ciudad de Valparaíso. Es primavera, pero pareciera que retrocedemos en el tiempo y el invierno se deja caer con intensidad en una ciudad donde la intensa niebla impide ver.

A la distancia se divisa el Hospital Dr. Carlos Van Buren, hospital base del Servicio de Salud Valparaíso-San Antonio y el único con servicio de urgencia. Nos recibe la enfermera Jessica Aedo, Coordinadora de Subdirección de Gestión Asistencial del Hospital.

En 2022, ante el aumento de pacientes sociosanitarios, se creó el Comité Sociosanitario, donde un equipo multidisciplinario compuesto por médicos, kinesiólogos, siquiatras, internistas, entre otros, trabajan en la evaluación caso a caso para determinar si el paciente califica o no para ser institucionalizado, optimizando de mejor manera los recursos del hospital. Una labor que antes hacía solo el Departamento Social.

Este equipo multidisciplinario busca fortalecer el trabajo ubicando familiares, parientes o vecinos que puedan hacerse cargo del paciente al momento de su egreso. Cuando hay red familiar y ellos no quieren hacerse responsable del cuidado y atención de la persona, se judicializa el caso. Este último proceso podría durar varios meses hasta que se decrete la resolución del juez.

Cuando no se logra articular al paciente con ningún tipo de red familiar o comunitaria, el hospital procede a la búsqueda de una residencia transitoria, la cual que se paga con la pensión del paciente más los recursos que otorga el hospital. Dineros destinados íntegramente a la ubicación del paciente sociosanitario en uno de los dos establecimientos con los que el hospital Carlos Van Buren tiene convenio.

En este lugar el paciente permanecerá hasta que se libere un cupo en la Fundación Las Rosas o en alguno de los ELEAM de que dispone el Servicio Nacional del Adulto Mayor SENAMA, en la región de Valparaíso. Una espera que podría tardar años.

Un componente no menos importante es la condición en la que el paciente sociosanitario se va de alta médica. Algunos son autovalentes, otros semivalentes, pero también hay una cantidad importante en condición de postrados, por lo que se hace más difícil su colocación definitiva en un establecimiento preparado para su cuidado.

Según Jessica Aedo, Coordinadora de Subdirección de Gestión Asistencial del Hospital, “cuando la pensión es cobrada por algún familiar y este no quiere hacerse cargo del paciente, el hospital solicita el bloqueo inmediato del pago de la pensión, evitando que siga cobrándose por familiares que no están dispuestos a hacer un trabajo de vinculación con el paciente tras su alta médica”. Asegura.

Aedo nos cuenta que los pacientes sociosanitarios son egresados rápidamente del hospital, dentro de las posibilidades que ofrecen los dos prestadores de salud, como una forma de dar oportunidades a otros usuarios que ingresan con alguna urgencia hospitalaria.

“Por este motivo se decidió externalizar el servicio para brindar una oferta oportuna al paciente que está grave en el servicio de urgencia y requiere una cama que no puede estar ocupada”, comenta.

El Hospital Dr. Carlos Van Buren atiende a una población de casi medio millón de personas. Además, es el segundo Centro Neuroquirúrgico del país, por lo que una cama ocupada por un paciente de alta médica significaría, para este hospital, restarle la posibilidad de ser hospitalizado a un enfermo grave.

Hospital Dr. Carlos Van Buren-Valparaíso

Un problema de falta de camas que el hospital solucionó externalizando el servicio. A noviembre de 2023, el hospital Van Buren tiene 63 pacientes sociosanitarios distribuidos en sus dos residencias contratadas y sólo dos pacientes al interior del hospital a la espera de que se libere un cupo de alguna de estas dos residencias para ser derivados.

Medidas de autogestión que ha debido tomar el hospital con mayor demanda de la quinta región, porque la solución que ofrece el Estado es deficiente.

El desafío de la Red Pública: la deuda pendiente del Estado

A nivel nacional, cada hospital, en la medida que puede y de acuerdo con los recursos que dispone, busca la manera de dar solución a este problema. Algunos mantienen a los pacientes sociosanitarios en los mismos hospitales, otros externalizan los servicios. Algunos readecúan establecimientos hospitalarios para dar cabida a la demanda, como es el caso del Hospital Regional de Concepción.

Como no existe un protocolo establecido ni una solución definitiva, cada establecimiento de la Red Pública de Salud busca cupos en alguno de los centros del SENAMA. Sin embargo, la oferta a nivel nacional es de sólo 20 establecimientos de larga estadía, con una capacidad para 1.188 adultos mayores.

Actualmente, SENAMA trabaja en la construcción de dos nuevos ELEAM para personas con dependencia severa, porque la oferta no siempre incluye a este tipo de pacientes.

La segunda alternativa a la que recurren todos los hospitales es la Fundación Las Rosas, donde deben esperar meses, incluso años para que se libere un cupo.

A principios de noviembre de este año, el Presidente de la República, Gabriel Boric, lanzó las bases del Sistema Nacional Integral de Cuidados y anunció 500 cupos adicionales en ELEAM privados sin fines de lucro, para trasladar a personas mayores hospitalizadas con alta médica, lo cual será complementado con un aporte de FONASA, como una forma de descomprimir la red pública de salud del país.

Son medidas que permiten ir avanzando en pequeñas soluciones a un problema que se está complicando cada días más a la Red Pública de Salud.

Medidas insuficientes para la ex ministra de Salud e integrante de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, Helia Molina, quien comenta que: “se ha invisibilizado un tema, que es muy fuerte, importante y frecuente. No se le ha dado la suficiente relevancia. Pese a que se han hecho cosas, no se han he hecho con la suficiente voluntad política para invertir, porque tiene un costo”.

Desde que fue ministra, señala que este siempre ha sido un tema, pero ha habido otros con mayor prioridad para el Estado, como las listas de espera, el Auge, el AH1N1 o el Covid. Señala que: “siempre va surgiendo una prioridad que hace que se haga invisible algo tan grave como el abandono de los pacientes. Habitualmente se prioriza el presupuesto de acuerdo con las necesidades”.

Para la diputada Molina, en los últimos 30 años ha habido un cambio potente en el envejecimiento de la población, que pasó de una expectativa de vida de 60 años a una de más de 80. “Si bien cada vez que se presenta un problema se va buscando la solución, falta la gran política pública intersectorial que logre que salud, desarrollo social y otros actores como vivienda, trabajen unidos”, indica.

Asegura que el Sistema Nacional Integral de Cuidados –que entre sus ejes principales busca fortalecer el programa de cuidados domiciliarios, dar empleo remunerado a quienes cuidan a un familiar, potenciar la oferta de centros diurnos para los adultos mayores y crear un plan de alfabetización digital para favorecer la teleasistencia– le falta mucho para avanzar. “Al sistema le falta, es insuficiente e incompleto. No tiene la continuidad en el tiempo para poder asegurarnos de que los adultos mayores que tiene una situación dificultosa puedan tener una solución definitiva”, sostiene.

Con respecto al abandono de las personas en los hospitales públicos, para la exministra el tema va más allá, porque nadie está obligado a ser cuidador, excepto los padres a los hijos. “Con la incorporación de la mujer al trabajo, no hay quién los cuide. Tú puedes amar a tu mamá, pero tienes que trabajar todo el día. Es verdad que están en situación de abandono, pero a veces es la misma sociedad la que genera esas situaciones, que van más allá de la pobreza”, señala.

Para la diputada, el registro de cifra de pacientes sociosanitarios muchas veces no es lo suficientemente riguroso. “Si esa es la cifra me parece que no es tanta como para que el Estado no se pueda hacer cargo de los cuidados básicos. Cuando se requieren cuidados médicos, ahí la interacción tiene que ser con la atención primaria”, enfatiza.

El próximo año, la diputada Molina asumirá la presidencia de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, donde tendrá la facultad de dar urgencia a proyectos de ley relativos a esta materia. Desde que asumió como diputada, no ha votado ninguna ley al respecto. “Desde la Cámara de Diputados no podemos hacer ningún proyecto que lleve recursos, solo lo puede hacer el Ejecutivo. Lo que se debe hacer es visibilizar más el tema y fiscalizar qué se está haciendo”, asegura.

A través de Transparencia solicitamos a la División de Presupuestos de la Subsecretaria de Redes Asistenciales el presupuesto con que cuenta el Programa de Camas Sociosanitarias desde el año 2015 a la fecha.

Este programa partió con un presupuesto de 451 millones de pesos, el que se ha ido incrementando. El año 2023 la inversión en dicho programa alcanzó los 1.298 millones de pesos. En cuanto al monto aprobado para el año 2024 nos indicaron que, al momento de nuestra consulta, la información aún no estaba disponible.

Nos comunicamos con el Ministerio de Desarrollo Social y Familia para saber cómo se está trabajando el Programa de Camas Sociosanitarias que ellos mismos financian, según señaló el MINSAL. Sin embargo, desde el equipo de Comunicaciones nos indicaron desconocer el programa. Fuimos derivadas con la Encargada de Género y Cuidados del mismo Ministerio de Desarrollo Social, pero indicó no saber del tema.

***

Según el último estudio del Observatorio de la Universidad Católica, actualmente en Chile, un 16,4% de la población mayor tiene más de 80 años. Una realidad que para el 2050 se espere que aumente a un 28%.

Un envejecimiento de la población que deberá, necesariamente, implicar nuevos desafíos y hacer grandes cambios en aspectos como salud, socioeconómico y calidad de vida, entre otros.

La realidad de los pacientes sociosanitarios nos hace reflexionar sobre las tareas que debemos enfrentar como sociedad, por lo que hay que redoblar los esfuerzos.

Se hace fundamental crea políticas públicas tendientes a entregar medidas ante un Estado que no cuenta con las herramientas necesarias para entregar soluciones definitivas.

Es urgente comenzar a legislar para resguardar los derechos fundamentales de estos pacientes, pero, además, para los nuevos adultos mayores que se irán sumando a la población nacional y que se verán expuestos a ser uno más en la larga lista de pacientes sociosanitarios.

Es probable que Eugenio o Ricardo estén cultivando la soledad que ellos mismo sembraron durante sus vidas. Lo cierto es que, al igual que ellos, son muchos hombres y mujeres víctimas del abandono y el olvido, pero, sobre todo, vulnerados en sus derechos fundamentales.

Ivonne Pino y María José Cox

Investigación realizada en el Taller de Periodismo Avanzado

Estudiantes de Periodismo

Universidad Gabriela Mistral

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