La muerte de Francisco marca el fin de un pontificado que rompió con siglos de tradición, no solo por ser el primer Papa no europeo en casi 1.300 aƱos, sino por haber encarnado una visión del mundo que incomodó a las potencias y descolocó a los sectores mĆ”s conservadores de la Iglesia. Jorge Mario Bergoglio no fue simplemente un Papa del “fin del mundo“; fue el Papa que entendió el mundo desde sus mĆ”rgenes, desde las periferias olvidadas por la diplomacia clĆ”sica y por los intereses geopolĆticos de siempre.
Frente a WojtyÅa y Ratzinger, Francisco trazó una lĆnea clara: apostó por una Iglesia abierta, comprometida con la justicia social, la paz y la dignidad de los pueblos por encima de cualquier cĆ”lculo polĆtico. Su pontificado no fue neutral. Fue profundamente polĆtico, en el sentido mĆ”s humano del tĆ©rmino.
En la guerra ruso-ucraniana, mientras muchos lĆderes se alineaban con lógicas de bloques, Francisco insistió en un mensaje incómodo: la paz no se construye desde la venganza ni desde la prolongación inĆŗtil del conflicto. Su visión lo llevó a ser criticado tanto por Kiev como por MoscĆŗ, precisamente porque no jugó el juego de las alianzas, sino el de la mediación.
Pero donde mĆ”s se evidenció su coraje fue en Medio Oriente. Bergoglio no dudó en reconocer al Estado Palestino, cuestionando abiertamente las decisiones de quienes han sostenido el desequilibrio histórico en la región. Condenó el genocidio en Gaza sin eufemismos (algo que pocos lĆderes occidentales se atrevieron a hacer), y se opuso a la intervención militar en Siria cuando la mayorĆa apostaba por la guerra como solución, reafirmando que la paz no se impone con misiles. Su diplomacia fue la de los puentes, no la de los muros.
En SudamĆ©rica, su tierra, Francisco no fue indiferente. Su intervención en Venezuela en los momentos mĆ”s tensos, evitó una espiral de violencia mayor. Mientras otros alentaban sanciones y aislamiento, el Papa argentino apostó por la palabra como herramienta de cambio. Sumado a esto, su firme denuncia contra las polĆticas migratorias de la Unión Europea y Estados Unidos completan el perfil de un Papa que no tuvo miedo de seƱalar las injusticias del sistema global. A diferencia de sus predecesores, Francisco no bendijo el orden establecido: lo cuestionó.
Este fue el legado de Bergoglio: un pontĆfice que entendió que la fe sin compromiso social es estĆ©ril, y que el silencio ante la injusticia es complicidad. Su papado no serĆ” recordado por acomodarse a las potencias, sino por haberles hablado de frente, desde la autoridad moral que solo tiene quien no le debe nada al poder.
Francisco no solo fue un Papa diferente por su origen. Fue diferente porque eligió estar del lado incómodo de la historia: el de los pobres, los migrantes, las vĆctimas de la guerra y los olvidados por la polĆtica mundial.
Y esa, sin duda, fue su victoria mƔs grande.